R. Pérez Barredo / DiariodeBurgos.es - domingo, 03 de agosto de 2014
Victoria Gómez, Nenita. Cuatro seres queridos están sepultados en Estépar
«Ay, este silencio...», musita emocionada, perdiendo la mirada, y se arranca a hablar en voz baja, tal vez para sí misma, acaso para ellos -Antonio, Luis, Luciano y Luis Próspero- como una letanía mil veces repetida. Respira casi entre estertores. «Está siendo muy doloroso», dice al cabo, sobreponiéndose al instante del que hemos sido testigos, como si hasta ese segundo hubiese estado en trance, para rematarlo con una frase terrible: «Siento su miedo y parece que puedo escuchar sus gritos. Puedo imaginarme la escena, desde cómo se los llevaron hasta que llegaron aquí, cómo fue ese camino, cómo les trataron. Y cómo les mataron».
Ellos eran sus hermanos, sus amigos.«Eran mi familia. Y me los arrebataron», dice esta mujer de espíritu fuerte y entusiasta, que ha desafiado a la edad, a los fantasmas del pasado y al dolor para subir al monte de Estépar, al recién exhumado osario de la infamia donde fueron sepultados los suyos. «El corazón ya lo tengo curtido, pero no puedo evitar emocionarme estando aquí y evocando los recuerdos», confiesa. «Pero siento que es mi deber propagar esto para que la juventud se entere de lo que sucedió y para que no vuelva a repetirse nunca más. ¡Creo que debo pregonarlo!», exclama esta mujer que sufrió el exilio y persecución por ser hija de una maestra,Casilda Sáez, que durante años tuvo una escuela clandestina en Burgos, en la calle Padre Flórez, donde enseñó los valores educativos de la República.
Camina despacio pero con agilidad por la tierra removida apoyada en un bastón y del brazo de Pura, la mujer boliviana que la cuida y mima desde hace unos años «y que es un tesoro, una joya», asegura con gratitud. Victoria Gómez, que así se llama esta burgalesa de rompe y rasga pero a la que gusta que le llamen Nenita, como le decía su padre, un maestro republicano asesinado en Santander, había estado muchas veces en Estépar y participado en homenajes.
Pero esta vez ha sido diferente. Después de la exhumación de setenta cuerpos no podía ser de otra manera. «Me cuesta no guardar rencor, pero he tenido que perdonar. Es que nos hicieron mucho daño.Destrozaron nuestras vidas. Y eso duele, duele mucho. Y con todas aquellas vidas, con aquellos cuerpos, se enterraron las ansias de progreso, de libertad, aquellos ideales.Ideales que ya no hay porque no hay más que individualismo y materialismo. Y ahora, aquí, se me remueve el estómago y el corazón.Es muy duro».
Antonio, Luis, Luciano y Luis Próspero están en el corazón de Nenita.Que ahora se puedan rescatar sus cuerpos no alivia el dolor de su violenta pérdida, pero sí le parece un acto de justicia. «Es conmovedor el proceso de la exhumación, y muy duro. Pero es necesario, aunque este Gobierno haya recortado las ayudas y cada vez sea más difícil». Recorre con los ojos Nenita el desolador paraje de Estépar, la huella indeleble de las fosas abiertas que ahora unas máquinas se afanan en tapar. A la visita de Nenita a este lugar de horror han asistido por casualidad un matrimonio interesado en la historia y tres niñas: Ioar, Lucía y Alicia. Al pie de la lápida ellas se sientan a escuchar a la anciana, que les cuenta la historia de lo que allí sucedió. Nenita sabe narrar y tiene sentido del humor, a pesar de todo. Sin embargo, las niñas no pueden evitar emocionarse. Es imposible: allí nada es capaz de acallar el aullido del dolor y de la muerte.
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