El País-08/02/2012
“Con los argumentos de Garzón se podrían abrir procedimientos por los fusilamientos del 2 de mayo”, declaró ayer el abogado de Manos Limpias en la última sesión del juicio contra el juez por la investigación de los crímenes del franquismo. El abogado del magistrado explicó luego que en este caso había víctimas y testigos vivos. A lo largo del juicio, el letrado y el representante de una asociación de represaliados, Rafael Espino, mencionaron, sin citar su nombre, a una nonagenaria que había presenciado multitud de crímenes. Se llama Manuela Molina. Tenía 16 años cuando vio cómo durante meses los falangistas mataban a poca distancia de su casa, frente al cementerio de Aguilar de la Frontera (Córdoba) a decenas de personas.
“Lo vi todo escondida detrás de un árbol. La única luz era la luna, así que no distinguía caras. Los que mataban eran a veces cuatro y otras tres. Y los que morían iban en grupos de siete u ocho personas. Los llevaban atados, les hacían cavar la fosa, los tiraban vivos y luego les disparaban desde arriba. Fue así cada noche durante varios meses. No sé calcular a cuántos mataron. Yo estaba muy asustada, pero a más de 100 seguro”.
A Manuela, que ahora tiene 92 años, le impresionó mucho una mujer que se enfrentó a los asesinos. “La mayoría no hablaban o yo no les oía. Pero a esta mujer sí la escuché. Le decían que o les confesaba dónde estaba su marido o la mataban. ‘Ni aunque lo supiera os lo iba a decir. Me vais a matar igual’, les dijo ella. ‘¿Por qué no dejáis los fusiles, los desatáis [a los que llevaban a matar] y peleáis cuerpo a cuerpo? ¡Sois unos cobardes!’. Antes de que le dispararan gritó ‘¡Viva la República!’. Me impresionó muchísimo”.
Manuela relata que a los pocos meses los asesinos cambiaron de sitio. “Los empezaron a matar dentro del cementerio, y entonces yo, lo que veía, era cómo los llevaban en carretillas dentro. Me acuerdo mucho de un chico muy joven porque llevaba un pantalón blanco que brillaba mucho en la noche”.
Su padre había huido al principio de la Guerra Civil. “Había un falangista dueño de una taberna que le tenía mucho odio porque mi padre siempre iba a la de enfrente y además sabía de unos tejemanejes que se traía con los animales: los compraba robados, los aseguraba, los mataba y cobraba el seguro”, explica Manuela. Temiendo que fueran a por ella para que dijera dónde estaba su padre, se escondió tres meses en un melonar. “¡Tenía tanto miedo!”. Al terminar la guerra, su padre volvió y lo metieron en la cárcel, pero salió a los nueve meses. Manuela cuenta que a lo largo de su vida ha tenido muchas pesadillas. No le contó a nadie lo que había visto hasta que sus hijos fueron mayores. “Me hubiera gustado decírselo a un juez y que investigara. Mi familia tuvo mucha suerte, pero hay muchísimas que no saben aún dónde están sus muertos”.
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