¿Reabrir heridas?
El Mundo.es 18/07/2011Hace una década se iniciaron las exhumaciones para
entregar a los familiares los restos de sus seres queridos
muertos en la Guerra Civil. Ya se han abierto 270 fosas
por Virginia Hernández
Cuando Francisco Etxeberria, el médico forense que está detrás de la mayoría de las exhumaciones relacionadas con la Guerra Civil, se encuentra con las decenas de voluntarios jóvenes que acuden a ayudar en las fosas, les dice siempre lo mismo: que hay que implicarse mucho más en todo lo que tenga que ver con la vulneración de los derechos humanos. «Hoy se repiten casos similares a los ocurridos en el pasado: las tragedias nos sirven para reconocernos hoy y para tener otras actitudes ante la vida». Sobre este asunto, para él «no hay distancia geográfica ni cronológica». Debe importar lo que ocurre a miles de kilómetros o lo que pasó hace más de 70 años.
Mantenemos una conversación telefónica mientras él está en una fosa llamada La Legua, situada en la comarca de Aranda de Duero (Burgos). Tiene 30 metros de largo y alberga los restos de más de 50 personas, la mayoría ferroviarios. La Legua se suma a las 270 fosas de toda España abiertas en los últimos 10 años, sólo dos de ellas del bando nacional (una en Villasana de Mena, en la provincia de Burgos, y otra en Camuñas, en Toledo). «Yo prefiero decir 'lado' a 'bando'. Yo mismo he dirigido esas exhumaciones y hemos utilizado el mismo procedimiento y metodología. Hemos tenido alguna crítica, pero nosotros trabajamos en las fosas que se nos solicita. Lo cierto es que en el lado nacional todo el esfuerzo se hizo durante el régimen de Franco. Se redactaron, además, informes oficiales sobre estos cadáveres». Y Francisco ha visto la misma reacción en todos los familiares, sean del 'lado' que sean: «Con nosotros, todos se muestran agradecidísimos; y en cuanto a los sentimientos, también son iguales. Es la tragedia que uno ha vivido y, aunque haya tenido mayor o menor apoyo, para todos es una injusticia. Les pasa la misma idea por la cabeza: 'Cómo habría sido mi vida si esto no hubiera pasado'».
Algo así se planteó Emilio Silva, presidente y fundador de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, cuando decidió dejar su empleo en una revista (antes había trabajado en el programa 'Caiga quien caiga') y escribir una novela sobre su abuelo. Emilio Silva Faba, que así se llamaba, había vivido en Argentina y regentaba un negocio de Coloniales en la comarca leonesa del Bierzo (vendía desde vajillas hasta lotería e incluso daba comidas). Era un hombre culto, con recursos y que militaba en la Izquierda Republicana de Manuel Azaña. Había sido interventor de este partido y bajo sus siglas había pedido una escuela pública y laica. La Falange le exigía regularmente un impuesto y en uno de los pagos le detuvieron y le encerraron en el Ayuntamiento, que hacía las veces de prisión.
Era marzo de 1937. Su mujer, Modesta Santín, va con uno de sus seis hijos a llevarle comida y ropa limpia, pero sólo dejan pasar al niño, a Manolo, que apenas tiene seis años. El crío sale con el reloj de oro y con un sello con las iniciales de su padre. Modesta se teme lo peor y acierta con lo que está a punto de pasar: a su marido le trasladan junto a otros tres en una furgoneta a 30 kilómetros del pueblo. Les custodian cuatro miembros del partido de José Antonio. Dos de los detenidos tratan de huir. Uno muere alcanzado por las ráfagas de disparos y el otro consigue escapar. Seis meses más tarde le matarán, pero en ese transcurso de tiempo contacta con Modesta y le cuenta los detalles: «Pero mi abuela jamás dijo nada, yo pasaba temporadas con ella y nunca le oí hablar de mi abuelo. Los asesinos de su marido fueron los que gobernaron el pueblo. Ella, metafóricamente, tuvo que cavarse una fosa en la memoria».
Modesta falleció sin abrir ni la fosa de su memoria ni la que albergaba los restos de su marido. Su nieto Emilio lo hizo en su honor, quería que los restos de sus abuelos reposaran juntos. La supuesta novela, aquella con la que se inició todo, nunca se escribió y los avatares le llevaron a poder cumplir su deseo, como se pudieron satisfacer los de muchos que se unieron a la misma empresa: «Una de las únicas formas de superar el pasado es volver a él y darle un significado», asegura Silva, quien piensa que nuestra sociedad ha sido «extremadamente patológica» en esta cuestión. ¿Y ha hablado con las víctimas de la otra parte? «Tampoco mucho, porque en la posguerra se abrieron prácticamente todas sus fosas, salvo las que sus familiares no quisieron, como las de Paracuellos. Ellos tuvieron una investigación que fue la Causa General (1940) y que significó toda una política de reparación. Ojalá existiera ahora algo así».
Con ese anhelo también expresa su disconformidad con la Ley de Memoria Histórica, aprobada en 2007: «La Ley no se responsabiliza de los problemas de los desaparecidos, en su mismo preámbulo dice que esta memoria es personal y familiar, lo que me parece condenarla a la clandestinidad. La desaparición forzada es lo más grave que existe en el Código Penal: conlleva secuestro, torturas, asesinato y ocultación de cadáver. Son cuatro delitos que no prescriben. Nosotros querríamos que la exhumación, la identificación y la entrega de restos a los familiares como algo simbólico fuera responsabilidad del Estado», reivindica Silva.
Junto a la fosa de La Legua, Etxeberria, el forense, ve una mejora con la norma: la financiación es algo más fácil. Y otro avance mucho mayor: la normalización de estos trabajos, es decir, que ya nadie se asuste por despertar con las excavadoras a los viejos fantasmas: «Años atrás todo parecía un problema, siempre había algún disgusto, alguna pega. Esto ya no pasa, todo funciona con calma. Los concejales de los pueblos, sean del partido que sean, te dan las facilidades. Y esto se agradece porque para nosotros es una forma ideal de trabajar». El resultado de la labor es, según su opinión, tranquilidad para las familias y cierre de heridas para el país: «Los antropólogos sociales se han fijado en cómo los medios de comunicación publican estas noticias y ya han medido cómo no se ha reabierto ninguna herida en la sociedad española. Y cuando los restos se han entregado en los ayuntamientos, en vez de un laboratorio, ha tenido un peso enorme para las familias, y ha simbolizado un valor cívico, humano y democrático».
Emilio Silva lo vivió con su abuelo y con los abuelos de otros (ha tenido que llegar la generación de los nietos para retomarlo): «Antes se hablaba con las ventanas cerradas, todos sabían las historias e incluso dónde estaban las fosas. Cuando se abren, se abren muchas más cosas y es una cuestión infinitamente terapeútica». Como fue para Ester Montoto, una mujer que perdió a su padre con dos años y esperó durante mucho tiempo a que llamara a la puerta. Vivió en La Habana. Ahora reside en Austin (Texas). Tuvo la necesidad de estar en la exhumación a pesar de la edad y el largo viaje: «Los seres humanos tienen la necesidad de ver los cadáveres de sus seres queridos para elaborar su duelo, porque si no les genera un desorden biográfico y emocional».
¿Reconciliación? «Absolutamente», contesta el forense, Francisco Etxeberria. «En los homenajes ves a personas de uno y otro bando porque son amigos o vecinos. Y a veces dicen cosas como 'te quería decir que tu madre tuvo mucho mérito por sacaros a todos adelante'. Frases como esa tienen hoy una fuerza inmensa».
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